La percepción importa más que la realidad

Dec 17 • Artículos • 2356 Views • Comments Off on La percepción importa más que la realidad

Salvador Medina

Podría pararme en la Quinta Avenida, dispararle a alguien y no perder votantes, dijo de manera alegórica el entonces candidato presidencial republicano Donald Trump. Era enero de 2016 y quien sería el líder de Estados Unidos durante los próximos cuatro años entendía la importancia de la percepción como discurso político.

Donald Trump, la estrella de reality shows y fallido pero popular empresario, era más síntoma que enfermedad. Lo que empezó como una mala broma a la democracia estadounidense se convirtió en más que una realidad para convertirse en un movimiento.

Cuando los seguidores de Trump empatizan con él porquw “dice lo que no nos atrevemos a decir” en realidad están explicando perfectamente quiénes son: racistas reprimidos que ven en la igualdad de las minorías una amenaza.

Una ilusión compartida por todos se convierte en una realidad, acuñó el psicólogo social Erich Fromm en el siglo XX cuando la prensa y los medios tenían mucho menos penetración y relevancia que en la actualidad. La manipulación de masas es sencillas cuando creas un enemigo invisible que es tan imposible de señalar como fácil de reconocer. Así lo entendió el equipo de Donald Trump y construyeron toda una presidencia alrededor de eso.

La supervivencia de los blancos está en peligro, los migrantes son una amenaza, los negros odian Estados Unidos, las minorías no pertenecen aquí. Bajo esas falsedades Estados Unidos se dividió en el país que siempre pretendió ser y el que ha sido desde el principio.

Para ello, los medios fueron un elemento esencial de construcción de una realidad fabricada. Facebook y Twitter hicieron su trabajo para contrarrestar la verdad. Pero más allá de eso, los medios tradicionales han sido esenciales también.

Como si se tratara de un confesionario, Newt Gingrich reclamaba en CNN que durante la presidencia de Barack Obama la violencia había aumentado, pese a que las cifras señalaban un dramático descenso. En 2009, el número de crímenes violentos oscilaba un millón 325 mil denuncias al año y para 2013 la cifra era cercana al millón 150 mil.

Ante las refutaciones del periodista, Gingrich replicó con un argumento imposible de refutar. “Eso percibe la gente y la percepción es más importante que la realidad”. ¿Cómo debatir la irracionalidad? ¿Cómo luchar contra el argumento de alguien que elige creer algo que no es real simplemente porque apela a su retórica? Ahí vive la demagogia, ahí se generan los movimientos que buscan el poder.

Vivimos en la edad de la inmediatez. De la respuesta visceral y la corta memoria. Un presidente puede declarar que se va a estigmatizar la corrupción en una conferencia de prensa días después de un escándalo que señala a un familiar directo como beneficiario multimillonario de contratos públicos sin pudor alguno. ¿Por qué? Porque la percepción es más importante que la realidad.

Manuel Castells expuso en La era de la información que “los movimientos sociales tienden a ser fragmentados, localistas, orientados a un único tema y efímeros, ya sea reducidos a sus mundos interiores o fulgurando sólo un instante en torno a un símbolo mediático”. Se tratan de una respuesta a la amenaza que significa el cambio, la diversidad, la simple globalización. “El neoliberalismo”.

Es, simple y llanamente, una búsqueda de identidad. Estos seguidores, estos fanáticos, han encontrado algo a qué pertenecer. La sociedad es capaz de votar y elegir algo que vaya contra sus propios intereses con tal de sentir que pertenecen a algo.

Eso hizo Donald Trump. A eso apostó y ganó, a la política identataria. En estos cuatro años expuso lo que la sociedad estadounidense buscaba mantener oculto pero que hoy se muestra a todas luces. Se trata de un movimiento que sacudió los cimientos de esa nación y que abre las puertas a una nueva configuración de un país volátil y al borde del colapso social.

Trump mintió, engañó, corrompió. A eso dedicó su presidencia. Pero no tenía que defenderse de la realidad de esas acusaciones puesto que contaba con una maquinaria dispuesta a distorsionar y contrarrestar la verdad. Sus partidarios hacían el trabajo sucio.

“Entiendo el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al qué se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido”, explica Castells. Ahí está la clave: los electores no son únicamente ciudadanos, son personas en busca de sentido. Los supremacistas blancos en Estados Unidos son parte de la configuración de aquel país y son capaces de tirar a una presidente por ver a uno de los suyos en la Casa Blanca.

Afortunados nosotros los mexicanos que estamos lejos de esa realidad.

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