Soy el 46 por ciento

Dec 11 • Especiales • 3978 Views • Comments Off on Soy el 46 por ciento

Salvador Medina

salvador@elhablador.com.mx

No es un secreto que las costumbres de lectura en México no son óptimas. Sin embargo, la recientemente publicada Encuesta Nacional de Lectura 2012, realizada por la Fundación Mexicana para el Fomento a la Lectura (FunLectura), nos enfrentaron con una terrible realidad: en el último sexenio, la cifra de mexicanos que leen libros bajó de 56 por ciento a 46.2 por ciento.

Las razones de los encuestados para dejar a un lado la lectura: falta de tiempo, por dedicarse a otras actividades recreativas o porque no les gusta. Además, el 34 por ciento de los encuestados lee la misma cantidad de libros, y sólo 22 por ciento ha aumentado en su lectura.

Además, según una nota de MILENIO, se observó una caída en la intensidad de lectura a partir de los 18 años, edad en la que la mayoría de los jóvenes terminan sus estudios. Es decir, las personas sólo leen cuando deben. Además, en estudios anteriores, el 28 por ciento de los estudiantes de universidad no ha pisado una librería.

La caída en el hábito de lectura coincide con la disminución el año pasado en la producción de libros impresos, según el informe elaborado por la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM) y presentado también el martes en la FIL de Guadalajara.

La producción editorial en México en 2011 alcanzó la cifra de 293 millones 688,179 libros, mientras que en 2010, la producción superó los 354 millones 966,000 ejemplares. La caída en el hábito de la lectura tiene una evidente relación con la baja en producción de libros impresos.

¿Qué significa esto? ¿Que los lectores están mudándose a la lectura electrónica? Tampoco es el caso. Según el reporte de Actividad Editorial, en el país apenas se produjeron 1,709 títulos digitales, frente a los más de 293 millones de ejemplares impresos en 2011.

Durante la FIL, la CANIEM señaló que en ese año las ventas de libros digitales no superaron los 10 millones de pesos de un total de 10 mil 100 millones de pesos. Hugo Seltzer, vicepresidente, dijo que “para alcanzar el millón de ventas en libro digital, este año deberían crecer 10 veces y así llegaríamos a 1 por ciento”, según una nota de El Universal.

¿Dónde está el error? Ciertamente hay mucho debate sobre el papel que deben jugar la familia, el maestro y el gobierno en la promoción de la lectura. Quien sea el responsable, está fallando terriblemente.

Además, al dar un vistazo a los libros más vendidos de una de las librerías más grandes del país, podemos ver que entre los diez títulos más populares, tres son de la popular saga erótica de E.L. James, que surgió como derivación de un fanático que quiso escribir sobre los personajes de Twilight. También un libro de Yordi Rosado está en esa lista.

Podemos ver entonces, que los hábitos de lectura no son alentadores tampoco en cuanto a contenido. Tiene que ver esto directamente con la orientación y la calidad de los libros que los jóvenes leen cuando son pequeños. Si alguien no sabe reconocer la (falta de) calidad en un libro de Yordi Rosado, entonces tampoco sabrá apreciar libros con mayor contenido que los firmados por quien solía ser el patiño de Ádal Ramones.

El fracaso en el fomento a la lectura es el éxito de otros. Es por eso que hoy tipos como Toño Esquinca acarrean a tantos radioescuchas. En una misma sección cita textos del Dalai Lama, Paulo Coelho y Jean Paul Sartre, creando una especie de amalgama extraña de citas seudoaspiracionales que sustituyen en sus admiradores (políticamente correctos llamados “la muchedumbre”) la necesidad de leer. Si alguien me resume lo que yo creo es la mejor parte de un libro, entonces me ahorro la obra completa.

Es notable además, la falta de campañas a favor de la lectura y sus beneficios. El Gobierno Federal hizo poco o nada al respecto. Es increíble que el Consejo de la Comunicación haga más por promover la lectura que el propio gobierno. Es cierto, leer veinte minutos al día no es suficiente, pero ciertamente ayudaría a aumentar la cifra de menos de tres libros al año por persona.

Pero existe el erróneo concepto de que leer es como una obligación. Algo necesario para cumplir una cuota imaginaria de consumo de cultura. Cuando el hábito de la lectura es un medio, no un fin. Un concepto que parece escaparse a quienes crean las campañas de fomento.

Hoy en día, las cruzadas por defender la palabra escrita, vienen de universidades públicas, de instituciones con propio empuje y arraigo. Sólo de ahí pueden ganar credibilidad: de lugares dedicados a la creación de conocimiento no por obligación, sino por convicción.

El fomento a la lectura tiene un beneficio real: la construcción de una sociedad consciente y capaz de crear juicios propios sobre el estado de su realidad y su país, algo evidentemente necesario en estos tiempos.

*Foto principal Víctor Ulises Lara Peña

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